Una semana real en la ciudad: escenas, causas y movimientos discretos para respirar mejor.
Bogotá, 2025
El amanecer trae un olor a leña que no es de aquí. Los cerros aparecen velados por una gasa fina. En el primer semáforo, un bus frena, una volqueta levanta polvo y una peatona se cubre la cara con el suéter. La ciudad despierta con la sensación de que el aire no alcanza.
En 2017 escribí furioso. Ocho años después, vuelvo a la libreta: escenas cortas, lugares precisos, decisiones posibles. Este texto recorre una semana real para entender por qué se agota el aire de Bogotá, qué ya cambió y qué falta por cambiar.
Lunes, Kennedy. A las 7:10, una enfermera sube a un bus zonal lleno. Un niño tose y se duerme en el hombro de su madre. Ese día, la estación de Carvajal–Sevillana marcó uno de los registros de PM2,5 más altos del mes. Cuando el aire empeora, el viaje cotidiano se vuelve más largo para quienes menos opciones tienen.
Martes, Puente Aranda. A las 11:40, un conductor que viene de Corabastos espera turno en bodega. «Con lo que gasté en diésel me alcanzaba para el mercado», dice, mirando un cielo que no es azul ni blanco. En los corredores de carga, la logística ajusta horarios y rutas, pero el diésel sigue marcando el tono del aire.
Miércoles, Suba. A las 16:30, la clase de educación física pasa al aula porque el IBOCA (índice oficial de calidad del aire de Bogotá) está alto. Afuera, en la obra de la esquina, ahora riegan el piso antes de mezclar: un gesto sencillo que baja el polvo visible y el invisible.
La ciudad respira por dentro y por fuera. Una parte del problema nace aquí —buses y camiones a diésel, obras sin control de polvo, motores acelerados—; otra llega de lejos cuando los incendios empujan humo hacia la sabana. Por eso hay días en que, sin más carros que ayer, el cielo se apaga.
Algo, sin embargo, se movió. Hoy circulan muchos más buses eléctricos que hace unos años. En abril se anunció la entrada de 269 unidades y en junio otras 364; con ellas, Bogotá roza unas 1.850 en operación. Se nota en el silencio de ciertos patios, en rutas que ya no huelen a combustible. Es un paso grande, pero incompleto si no atendemos la otra mitad: la carga urbana que entra y sale todo el día, las rutas zonales que aún dependen del diésel, las obras que levantan polvo como si el polvo no importara.
¿Qué haría diferencia sin retórica? Cuatro movimientos discretos:
Protocolos que se activan solos. Cuando el pronóstico advierta humo regional o inversión térmica, activar automáticamente un modo «salud primero»: ventanas para la carga pesada, velocidad controlada en corredores críticos, control de polvo obligatorio en obra y clases bajo techo en colegios de las zonas afectadas.
Electrificación donde más duele. Priorizar corredores del suroccidente e industrial y la logística de última milla. Metas por patio y por empresa, seguimiento mensual, tableros públicos. No promesas: resultados.
Inspección en vía, con respeto. Operativos diarios, pero inteligentes: opacidad, filtros, mantenimiento. Al que contamina, plan de mejora; al que cumple, paso rápido. Puente Aranda, Fontibón y Kennedy deberían estar primero en la lista.
Microhábitos que no cuestan millones. Regar el piso antes de cortar, cubrir escombros, no barrer en seco; planear rutas para evitar arranques y frenazos; mover el deporte al interior cuando el índice sube. Pequeño y constante cambia el aire del barrio.
Mientras tanto, cómo nos cuidamos: mirar el índice antes de salir; actividad física suave en días malos; mascarilla de buena filtración para grupos sensibles; ventilación cruzada en aulas; mantenimiento al día en vehículos; control de polvo como rutina de obra. Es sentido común con efecto acumulado.
Regreso a casa y el sol intenta colarse entre la bruma. Un maestro riega el piso, un bus eléctrico pasa en silencio, el conductor de la mañana me saluda desde una ruta más corta. En el chat del hospital alguien escribe: «Hoy se respiró mejor». No fue magia: fueron decisiones pequeñas sumadas a decisiones grandes. Quizá dentro de un año contemos la crónica del día en que el cielo volvió a ser nítido y dejó de ser noticia.
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Notas de contexto (2025): Carvajal–Sevillana registró uno de los promedios mensuales de PM2,5 más altos de febrero; en abril y junio se anunciaron nuevas flotas eléctricas que llevan a la ciudad a unas 1.850 unidades. Las alertas del suroccidente se activaron por humo de incendios y condiciones meteorológicas adversas.
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Bio del autor: Aldo René Villarreal Camacho es presidente de OIVA (Organización Internacional Valoramos el Ambiente) y director de la serie «Agua para la Vida». Trabaja en transición energética y soluciones agua‑atmósfera en América Latina y Europa.