Reparar la casa común: agua segura, energía limpia y restauración con evidencia.
Por Aldo Villarreal
De la evolución a la «evolución retardada»
Desde que el ser humano habita la Tierra, su huella combina ingenio y devastación. Antes que nosotros, otras especies tomaban lo necesario y devolvían equilibrio. Nosotros, en cambio, convertimos la «evolución» en una evolución retardada: crecimos en conocimiento, pero no en cuidado. Creamos vacunas, satélites y sinfonías; frente a lo elemental —el suelo que pisamos, el agua que bebemos, el aire que respiramos— actuamos como dueños, no como huéspedes.
El planeta resiste. Nosotros, no tanto.
El ser humano está destruyendo el planeta Tierra. Esta es la tesis de este texto: no se trata de culpar, sino de corregir el rumbo.
«En promedio vivimos 80 años; actuamos como si el planeta solo tuviera que durar ese tiempo.»
— Aldo Villarreal
Cómo rompimos el equilibrio
Amanece y el aire arde en la garganta. Una ciudad despierta bajo una nata de smog: motores que buscan espacio, fachadas que amarillean, un cielo sin estrellas que ya no sorprende. Junto al río, las bolsas reventadas dejan escapar etiquetas; las botellas cabalgan la corriente y, más abajo, las hélices se rinden en la primera vuelta.
Lo que no vemos también avanza. La lluvia empuja fertilizantes y pesticidas hacia las venas del subsuelo; los acuíferos guardan el cóctel durante años. En la costa, las algas celebran el banquete: florecen, consumen oxígeno, la pesca se encarece y el bote vuelve más ligero.
Donde hubo humedales, hoy hay lotes. La esponja desaparece y la crecida irrumpe sin pedir permiso. Donde había bosque, el sol cae sin sombra: la lluvia se va, la tierra se suelta. Sin raíces, las laderas se deshacen con la primera tormenta; sin árboles, el clima pierde su freno.
En los bordes de la ciudad, montañas de residuos electrónicos envejecen a cielo abierto. Placas, baterías, metales pesados: manos sin guantes rescatan lo rescatable; el resto permanece en el suelo, en el agua, en los cuerpos. Y cuando la guerra llega, todo se acelera: minas, suelos arados por explosiones, tuberías rotas, ríos contaminados. Termina el combate, no la factura; la naturaleza paga durante décadas.
Seis decisiones para empezar hoy
La escena cambia. En una escuela, la llave abre y el agua sale sin olor; un técnico anota lecturas en la bitácora, el inversor fotovoltaico zumba, y un equipo recoge envases para retorno. A pocos kilómetros, voluntarios plantan carrizos en la ribera; más arriba, un vivero prepara plántulas para una ladera pelada. La reparación no empieza con discursos, sino con rutinas que se repiten todos los días.
Empezamos por el agua —en el punto de uso, WASH (agua, saneamiento e higiene)— con muestreo en laboratorio, bitácora y protocolos simples para que nada dependa del azar. La sostiene la energía: sin electricidad confiable no hay bombeo, potabilización ni cadena de frío; por eso, solar + almacenamiento para que el grifo funcione cuando hace falta, no solo cuando hay suerte. Al mismo tiempo cortamos el plástico en la fuente: desaparece lo prescindible y “usar y tirar” cede ante reusar y retornar, con la compra pública inclinando la balanza. Protegemos lo que nos protege: restauramos humedales y bosques, sombreamos cauces, frenamos la erosión, devolvemos hábitats. Y lo medimos todo: continuidad, calidad, costos, quejas y soluciones en un tablero abierto; sin datos públicos no hay mejora ni confianza. Por último, pactamos paz con la naturaleza: ningún programa sobrevive a la guerra; prevenir violencia y reparar ecosistemas es la misma agenda de seguridad humana.
Así, de la teoría pasamos a la práctica. Dos escenas lo muestran a escala humana:
Dos escenas que ya están ocurriendo
A primera hora en el CAID de Santo Domingo Oeste, el equipo abre la sala técnica. El generador de agua del aire (AWG) despierta con el respaldo solar; el filtro recircula, la bitácora registra presión y cloro libre. Una madre llega con su hijo: hoy el agua corre con presión y sin olor; se prepara la fórmula, la terapia no se interrumpe. Afuera, los bidones descartables ya no llegan: el plástico evitado se suma al tablero.
Al mediodía, en una escuela rural, el inversor marca producción y los depósitos alimentan el punto de agua del patio. Docentes y estudiantes rellenan cantimploras; el comedor ya no depende de bidones. En el mural, un gráfico sencillo resume continuidad, litros del día y costo por litro. Dos escenas distintas, un mismo método: agua en el punto de uso, energía limpia y operación con datos abiertos.
Lo que cada quien puede hacer hoy
A esta hora, la reparación ocurre en gestos pequeños que se repiten: en casa, una jarra de filtración que se rellena y un cartucho con la fecha escrita; en la escuela, un conserje marca la bitácora del grifo; en el municipio, una orden de compra verde que cambia proveedores. En los mercados, el “usar y tirar” se convierte en reusar y retornar; las empresas fijan metas de plástico por kilogramo y porcentaje, firman contratos con fianzas de retorno, entregan el e‑waste a operadores autorizados y alimentan el agua y el frío con energía renovable. Cada trimestre publican sus indicadores (KPIs): continuidad, €/L, plástico evitado.
Los gobiernos locales aseguran WASH en escuelas y centros de salud con muestreo mensual; licitan compra pública verde —envases retornables, limpieza de riberas—; fijan metas de restauración de humedales y bosques (hectáreas/año) y abren un tablero público donde cualquiera puede seguir avances y pendientes.
Todo ocurre a escala humana. Y cuando estas rutinas se sostienen, el equilibrio empieza a volver.
Volver al equilibrio
Lo rompimos despacio, con millones de gestos diarios: el motor encendido de más, la bolsa que el río arrastra, el árbol que no volvió. Podemos repararlo igual: con rutinas que sostienen agua segura, energía limpia y cuidado del territorio, medidas a la vista de todos. No se trata de culpa, sino de método y voluntad. La misma inteligencia que desató esta crisis puede revertirla. La pregunta ya no es por qué se nos permitió habitar este planeta, sino si elegimos merecerlo —y cómo lo demostramos cada día—.
Fuentes consultadas
- OMS — Contaminación del aire: https://www.who.int/health-topics/air-pollution
- Ramsar — Global Wetland Outlook: https://www.global-wetland-outlook.ramsar.org/
- Global E‑waste Monitor: https://globalewaste.org/
Sobre el autor
Aldo Villarreal es Presidente de OIVA y dirige la serie Agua para la Vida. Trabaja en agua segura, energía limpia y transparencia de indicadores para comunidades vulnerables.